la
novela El primer
día de la otra vida (el segundo fragmento) Una vez calmada,
me he alejado del cuadro y permitido
volver a imaginarme en mis pensamientos aquel bar, visitado hace cuatro
meses.
Rómochka, al haberme olvidado completamente,
se quedó fijamente atraído por un nuevo
aparato de videojuegos, el cual
apenas alcanzaba ni puesto de puntillas. Observando, como mi hijo,
pelirojo, se
acercaba de una forma muy diligente a una pareja, que estaba sentada a
la mesa
al lado del aparato, y como se apoderaba de una silla, sin haber petido
su
permiso, me alegré por él: «Ese no va a pedir
perdón por todo y a todos, como
yo». Cuando castigan por nada, como a mí, libremente
empieza uno a sentirse culpable, y sin
hacerse la
pregunta, de qué y ante quién? Si castigan a uno, es
porque se lo merece.
Entonces, es culpable. De verdad,
estabamos malcriando a Rómochka.
«A
nuestro primogénito y al
único», - como
solía burlarse de mí, Kolia, sin imaginarse hasta
qué punto él tenia razón. Rómochka
percibía
nuestro salvaje amor por él casi
indulgentemente. Estaba para sí solo, nunca me abrazaba y me
daba la mano en la
calle, sino solamente a su papá. Sólo a mi marido Kolia.
Al nuestro Kolia. Y
ahora parece que Kolia le pertenece sólo a él. He apartado la
mirada de los jinetes hacia la chimenea, con la esperanza de que eso me
permitiera dejar de pensar en Kolia, en
otro caso me empezaría a doler todo el cuerpo y no
bastaría solamente con
un dolor en el hombro izquierdo. A
Kolia le gustaban los caballos y siempre soñaba con tener uno,
blanco y
hermoso, sólo para él, y no tener que ir los fines de
semana al establo en las
afueras de la ciudad. Pero, no le
alcanzó el tiempo… Kolia era un
aficionado al ajedrez, dedicaba horas y
horas a ese oficio, frente a un antiguo juego de ajedrez de marfil o
junto a su
ordenador, lo hacia cuando salía a currar o a participar en
algun torneo. De
otras figuras los caballos se distinguían por su color.
Rómochka he heredado
esa pasión por los caballos e imperceptiblemente escondía
las figuritas de
caballos en sus escondrijos. Nos veíamos obligados a comprar
otros nuevos hasta
que aparecián los secuestrados en floreros de cerámica,
en mis zapatos o,
incluso, en una caja de detergente que estaba en el cuarto de
baño… No toleraba
los juguetes. Hemos logrado una vez interesarle por los cubos,
empezó de esos a
construir pirámides, «como en Eguipcio»,
pidiéndonos que le compraramos
«tliángulos». Pues, nunca ha aprendido a pronunciar la letra «R». En Lóndres,
camino a Rusia, le compramos una pirámide eguipcia en miniatura.
Él no se
separaba nunca de ella, en el hotel la
colocaba en su mesita de noche junto a la cama. No llevamos los cubos,
pues ya
los debe haber olvidado… «Para qué montar…
«pilámides", si ya existen?
", - se reía Kolia. Ese siempre bromeaba. Se ponía
serío, hasta
desconocido, solamente cuando jugaba. Y
también, cuando nos quedábamos a solas. Pero,
Rómochka,
«el pequeño príncipe», como le
llamábamos en secreto a nuestro pensativo
chiquitín, al contrario, era muy serio. A menudo,
Rómochka se "sumergía" en
sí
mismo, como si estuviera ausente.
Más
bien, no estaba presente en nuestro mundo. Es que era
aficionado a las estrellas. Una vez, cuando el cielo se puso
muy nublado, se ha enfurruñado y preguntó: «Y
cuando las «estlellas» no se ven,
es que no alumbran? O se van del cielo?»
Nos ha desconcertado a ambos,
y
entonces Kolia me echó una expresiva mirada muy suya y
prendió un cigarrillo. Y
sin levantarse entonces de la mesa, como lo solìa hacer, («para no fumar en presencia del
niño»), se
puso serio, así como se poniá él durante los
torneos: "Si algo no se ve, -
no significa que eso no exista, - nos lo explicó a ambos. -
Cierra los ojos,
jinete, - está oscuro, verdad? – no hay nada. Sin embargo,
nosotros, mamá y yo,
estamos aquí. Estaremos y estás. Simplemente, no nos ves.
Y las estrellas, esas
siempre están presentes en el
cielo,
sólo ahora no se ven, - Kolia, satisfecho de sí mismo, me
mira con
interrogación y me pregunta: «Es correcto lo que digo,
Vera, amor mio?», -
inclinándose hasta mi oreja. Su mano caliente y húmeda se
ha detenido en mi
cuello todo ese largo instante,
mientras Rómochka esparcía
por el
platillo su helado derretido. Luego, ha
fruncido de nuevo las cejas y de repente pregunta a Kolia: - Entonces,
eso significa,
que cuando yo no estaba, es que sí, existía, pero no me
veían, es así,
capitán? Kolia ligeramente me
aprieta
el cuello con los dedos: - Y bien, que dirá la mamá ahora? He meditado.
Entonces, a
los dos ya nos quedaba claro que era inutil hablar con nuestro
Rómochka, como
que con un niño. Aquel momento él tenía cara de un
adulto, un poco cansada,
hasta me pareció que nuestro hijo
sabía
mucho más que nosotros, y que aparentaba ser mayor que los dos
juntos. |
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